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Un lunes cualquiera. Una mañana cualquiera. El tipo te escribe.

Dice que le urge.

Dice que va a necesitar mucho trabajo. Que tiene un proyectazo entre manos. Algo muy grande. “Te lo cuento en un momento”, promete.

Y tú, claro, picas.

Abres la puerta de tu oficina y ahí entra.

Una gallina, con casco de bombero.

Gritando “¡Urgente!”.

Cacarea como si el mundo se fuera a acabar.

Te lanza una montaña de papeles. Todos en blanco.

«¡Necesito contratarte mucho trabajo ya!»

Tú intentas mantener la calma.

«¡Vale… ¿pero qué necesitas exactamente?»

 

Montañas de nada

La gallina no contesta. En lugar de eso, saca una balanza. Pone aire. Lo sopla. Lo sopla otra vez. Mira con gesto serio.

«¡Depende. ¿Cuánto me cobrarías?»

Y ahí lo ves. El déjà vu. El déjà mierda (con perdón).

Porque ya sabes lo que viene.

Intentas agarrarte a la lógica. Tal vez haya alguien más que sepa lo que está pasando. Alguien que tome decisiones. Alguien que pague.

La gallina asiente. Y señala hacia una esquina.

Ahí está. Una marioneta con traje. Hilos por todas partes. Cabeza de trapo. Corbata bien puesta.

«¡Él decide. Pero no puedes hablar con él.»

«¡¿Por qué?»

Te señala el muro.

Un muro gris, frío y enorme. Imponente como una frontera que no se cruza. En lo alto, dos orejas ridículas asoman por encima, enormes y peludas, moviéndose torpemente. No escuchan. No responden. Solo están ahí, decorando el silencio con su inutilidad.

el-cliente-gallina

Presupuestar el viento

Entonces lo entiendes.

No es tu cliente.

No es tu venta.

No es tu proyecto.

Es una pérdida de tiempo.

Con casco y plumas.

Cierras la puerta, y vuelves al trabajo de verdad.

SI le urge mucho, te promete mucho trabajo, necesita muchas cosas (pero no sabe cuales), quiere saber cuanto le vas a cobrar (pero sin saber realmente lo que quiere), no decide (paga) él, lo hace otra persona con la que no vas a poder hablar.

¿Te suena?

Lo siento, no te va a comprar.

Esa gallina no pone huevos.